Una de las descripciones más repetidas del documental contemporáneo es lo difuso de sus fronteras. Se habla de formatos híbridos, de su combinatoria con la ficción, de su singularidad como discurso, de su vertiente vanguardista y ensayista, de su capacidad para proponerse como cine de autor.
Por otro lado, la sociedad actual parece estar atada a la representación más que a la propia realidad y de forma específica al retrato que de ella hacen los medios de comunicación de masas con la neotelevisión como abanderada.
En este momento de formatos híbridos, de familiaridad pero también desencanto, parecen proliferar, o al menos elevarse más conscientemente, una serie de textos que ejemplarizan la situación utilizando convenciones propias de la no-ficción, pues formal y visualmente se plantean con los recursos tradicionalmente adscritos a los relatos de realidad, y sin embargo desarrollan historias de ficción.
A estas producciones se las etiqueta generalmente como falsos documentales.
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